CATALEPSIA, Enterrado Vivo
Los dedos de sus manos estaban entrelazados, sus uñas se insertaban
en las palmas de las manos con fuerza, y su respiración se agitaba en ese
espacio oscuro y estrecho. Abrió sus ojos, pero todo seguía envuelto en la más
profunda oscuridad. No podía ver absolutamente nada. Estaba acostado, quiso
moverse, pero sus extremidades parecían inmovilizadas; sus codos rozaban las
paredes angostas del confinamiento en el que se encontraba. Al intentar
incorporarse, su frente chocó bruscamente con un vidrio delgado, que sintió que
se quebró. lo que le hizo retroceder con sorpresa.
Percibió a su alrededor texturas muy suaves, sus manos comenzaron a
tantear el espacio. Sus dedos sentían telas suaves, si, eran telas suaves que
revestían las paredes del lugar. Inhaló profundamente para tranquilizarse y
comenzó a pensar en voz alta.
—Tranquilo —, susurró consigo mismo. —¿Dónde estoy? Hasta hace poco,
podía ver, lo que significa que no estoy ciego. No he tenido problemas con mis
ojos —. Sus pensamientos se galoparon en su mente, como caballos desbandados,
mientras intentaba comprender la situación.
—Estoy acostado en un lugar oscuro, pequeño y estrecho forrado de
telas—, continuó. —Debe medir unos 80 centímetros de ancho por 2 metros de
largo. Esto es...—. Antes de que pudiera terminar su reflexión, escuchó un
sonido inquietante desde la parte superior.
Golpe tras golpe, como si algo estuviera cayendo sobre él. Su mente
rápidamente se llevó a la conclusión más aterradora.
—¡Me están entrando vivo! — Gritó en un estallido de pánico mientras
las telas que lo rodeaban parecían cerrarse sobre él, y el eco de su voz se
perdía en la oscuridad implacable
—¡Me están enterrando vivo!
Nooooooooooo
Auuuuxiliiioooooooooo
Hizo a un lado los vidrios y angustiado, comenzó a golpear con furia
la tapa del cofre mortuorio con sus puños. Sus recuerdos, como ondas acuáticas
en un lago tranquilo, emergieron con intensidad. Recordó el día en que su madre
lo llevó a la piscina, un recuerdo que estaba sumergido en lo más profundo de
su mente. El instructor, momentáneamente distraído, lo había perdido de vista
por unos instantes; en ese breve lapso, Oswaldo Zambrano se hundió en el agua
como una piedra lanzada al abismo.
Sus piernas y brazos comenzaron a agitarse torpemente en un intento desesperado
por emerger. Era como un pájaro recién salido del nido, tratando de aprender a
volar, pero el peso de su cuerpo lo arrastraba implacablemente hacia el fondo
de la piscina. Quiso gritar con todas sus fuerzas, buscando desesperadamente
ayuda, pero el agua se coló en su boca, metiéndose en su tráquea como un
intruso indeseado. En su angustia, inhaló con fuerza, y un torrente de agua se
precipitó a sus pulmones. En ese momento, el niño sintió que la vida quería
salir desesperada de su cuerpo, al ver, que la muerte, con una dulce sonrisa lo
besaba, y acariciaba con sus largos dedos fríos.
Cuando se dio por vencido, soltándose de las frágiles cuerdas de la
vida, el instructor finalmente notó su ausencia en la superficie. Sin dudar un
segundo, se sumergió en busca del niño perdido. Sus ojos escrutaron las
profundidades del agua hasta que detectó un bulto gris en el fondo. Sin
pensarlo dos veces, se lanzó hacia él, como un ángel de la salvación en medio
de las aguas sombrías.
Arrastró al niño flácido hasta la superficie y comenzó a realizar
maniobras de reanimación boca a boca y primeros auxilios. Los pulmones de
Oswaldo respondieron inmediatamente, expulsando el agua invasora. Poco a poco,
su cuerpo empezó a recuperar el aliento y la vitalidad. Sin embargo, el trauma
de ese evento quedó grabado en su mente de por vida, como una cicatriz
invisible pero eterna. Nunca más entró nuevamente a una piscina ni pudo
disfrutar plenamente del mar, pues pensaba que, en las profundidades del agua,
la sombra de la muerte seguía acechando, para abrazarlo y llevarlo con ella.
En ese instante una serie de
recuerdos turbulentos inundaron su mente. Imágenes de muchos momentos de su
vida pasaron velozmente, como destellos ante sus ojos; mientras afuera, el
golpe seco de la tierra cayendo sobre la tapa del féretro sonaba como eco en
sus oídos. Su respiración se volvió agitada, y la falta de aire comenzó a
estrangularlo; Sintió que sus pulmones estaban al borde de la explosión. En
medio de la desesperación, se retorció y luchó en las tinieblas por su vida.
Aspiró con ansias cualquier rastro de oxígeno que pudiera encontrar y liberó un
grito que brotó desde lo más profundo de su alma. Sabía que esta era su última
oportunidad de escapar de su macabro destino.
—¡Auxiliiiiooooo!
Mientras tanto, en la superficie, su
joven hijo Oswaldito, de tan solo 8 años, se acercaba con mucho cuidado a la
fosa para lanzar una rosa al féretro de su padre. Al frente, un fotógrafo
capturaba ese momento tierno y puro con su cámara. El niño observó cómo la
tierra se movía, como si respirara, pero su peso la asentaba imperceptiblemente.
Sus oídos agudos captaron un sonido desgarrador, los gritos desesperados de su
padre luchando por la vida, ya que ciertos sonidos a ciertos decibeles solo
pueden ser percibidos por niños y adolescentes.
Los ojos de Oswaldito se abrieron
como platos, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Con un movimiento brusco,
giró y se apresuró dando saltos de alegría hasta llegar junto a su afligida
madre, quien estaba parada al borde del hoyo, sumida en la desolación. El niño
la abrazó por la cintura y señaló con insistencia hacia el agujero mientras le
decía con entusiasmo:
—¡Mamá, papá está vivo! ¡Lo oí
gritar! Mamá, ¡papá está ahí!
—Mamá,
La voz del pequeño Oswaldito temblaba
de emoción mientras señalaba con insistencia hacia el féretro.
—Sí, hijo, papá está ahí; nunca más
volveremos a verlo —respondió su madre con un tono de resignación en la voz.
Pero el niño no estaba dispuesto a
aceptar esa realidad. Sus ojos brillaban con una convicción sorprendente.
—No, mamá, no, ¡papá está ahí, vivo!
¡Él quiere salir, sácalo!
la desesperación se apoderaba de
Oswaldito, y sin saber qué hacer, intentó lanzarse hacia la tumba de su padre.
Sin embargo, los asistentes al funeral lo detuvieron, y el niño comenzó a dar
berrinches, gritando exasperado.
—¡Mi papá, mi papá! ¡Sáquenlo, por
favor! ¡Él está vivo, sáquenlo!
Los presentes observaban la escena
con congoja y tristeza. El niño, presa de la desesperación, miraba a todos con
sus ojitos llenos de lágrimas, ansiaba que alguien lo ayudara a rescatar a su
padre de esa oscura prisión subterránea. Su padrino, el doctor Aníbal Ortiz,
tuvo que sujetarlo con fuerza entre sus brazos, ya que Oswaldito intentaba
arrojarse al hoyo. Mientras tanto, los sepultureros, impasibles y despiadados,
continuaban arrojando tierra sobre el ataúd.
—Mamá, ¡mi papá está vivo! ¡Está
vivo! ¡Sácalo! —el niño gritaba incontrolable, liberando su frustración dando
patadas y golpes a cualquiera que se cruzara en su camino.
El doctor Aníbal Ortiz, al enterarse
de que su comadre Marisol Castillo heredaría vastas extensiones de tierra al
borde de la vía perimetral, ideó un plan siniestro. Invitó a su amigo y
compadre a una reunión informal en la que disfrutaron de unas cervezas; sin que
su compadre lo sospechara, el doctor Ortiz había adulterado las bebidas con una
sustancia similar al Fentamillo, la que lo sumió en un coma profundo. Tres
meses después, lo declaró oficialmente muerto.
Dentro del féretro, en las
profundidades de la oscuridad, Oswaldo experimentó un tormento inimaginable.
Los sonidos de la tierra cayendo sobre el ataque se desvanecieron gradualmente,
y el oxígeno escaseaba. Sus ojos parecían estar a punto de estallar fuera de
sus órbitas, y sus dedos sangraban por los infructuosos intentos de raspar la
tapa del ataúd. Su rostro reflejaba una mezcla de horror, asombro y
desesperación a medida que la muerte se acercaba lentamente en la negrura,
dispuesta a abrazarlo y darle la bienvenida con su beso gélido.
La verdad sobre este macabro acto no salió a la luz sino hasta siete años después, cuando el cadáver de Oswaldo fue exhumado para dar paso al entierro del cuerpo del doctor Ortiz, quien se había convertido en el nuevo esposo de Marisol. La maldad y la traición se aliaron en una roja, oscura y retorcida trama, en la vida de estos personajes.
Prohibida su difusión y reproducción sin autorización de su autor: Pablo Dávalos.
El poder de la ambición de parte del Dr y compadre de Oswaldo Zambrano, aunque se casó con la viuda heredera de tierras y fortunas el Dr. Ortiz pagó con la muerte.
ResponderEliminarMarisol Ortiz y su hijo Oswaldo son librados de una experiencia amarga y sin valores de moralidad de parte del Dr. Ortiz.