La caverna



Cada vez que escucho a alguien alardear sobre las grandezas de nuestro país, con sus playas paradisíacas, su gastronomía exquisita y su indiscutible supremacía industrial, mi mente retrocede a una lección de filosofía que presenciamos hace años.

Fue cuando el profesor de filosofía nos contó en una narrativa que quedó grabada en mi memoria; más que un mito, es una metáfora profunda y diáfana creada por el pensador griego Platón. Este relato, "La Caverna", no solo invita a reflexionar, sino que nos introduce en un viaje que desafía nuestra comprensión de la vida en las ciudades.

Hoy, en relatos al estilo de Pablo Dávalos, les presento la alegoría de "La Caverna".

En las profundidades de una caverna, un grupo de hombres permanecían prisioneros desde su nacimiento. Sus cuellos y piernas se encontraban encadenados, solo podían mirar a una sola dirección: hacia el final de la cueva. Allí, donde miraban se proyectaban sombras, mientras la salida hacia el exterior se encontraba a sus espaldas.

Detrás de los prisioneros, otros hombres caminaban portando antorchas que proyectaban sombras en la pared y estas se convertían en la única realidad conocida por los prisioneros. Esa ilusión se imponía como su única verdad, y ningún otro conocimiento se les concedía. Ignoraban por completo lo que acontecía a sus espaldas y, más aún, el mundo que se extendía más allá de la caverna.

La narración revela lo que ocurriría cuando uno de estos prisioneros fuera liberado, descubriendo así la artimaña de la hoguera y los objetos, revelando que existe una realidad más profunda y compleja que la vivida bajo el yugo de las sombras. Con valentía, el liberado se encamina hacia la salida, descubriendo una nueva realidad, compuesta por elementos que antes solo habían sido sombras. En esta revelación, finalmente, el prisionero se permite mirar directamente al Sol, la fuente primordial de todo.

De regreso a la caverna, el liberado se enfrenta a una tarea desalentadora: liberar a sus compañeros de su cautiverio mental. Sin embargo, al relatar su experiencia extraordinaria, los prisioneros creen en sus palabras, no lo toman en serio. Se ríen de él y, en su obstinación, argumentan que sus ojos se han dañado por la exposición a la luz exterior, incapaces de adaptarse a la claridad después de tanto tiempo en la oscuridad.

Nuestro protagonista no se rinde, persiste en sus esfuerzos por persuadir a sus compañeros y liberarlos de sus cadenas mentales. Pero estos, en su terquedad, lo desechan y, en casos extremos, llegarán incluso a eliminarlo si se les presenta la oportunidad.

Platón, con esta alegoría, nos conduce hacia una reflexión más profunda. Nos insta a no quedarnos en las primeras impresiones ni en lo que percibimos únicamente a través de nuestros sentidos, o incluso en las creencias heredadas de generaciones anteriores, incluyendo la religión.

La responsabilidad que recae sobre nosotros es la de emplear la ciencia y la educación para nutrir un espíritu crítico y trascender más allá de lo aparente, descubriendo así la auténtica naturaleza de las cosas y la realidad que ocultan en su esencia.

Comentarios

Entradas populares