CRÓNICA DE NUESTRA VIVENCIA EN EL BI2 IMBABURA.


 


CRÓNICA DE NUESTRA VIVENCIA EN EL BI2

Un relato al estilo de Pablo Dávalos.

 

En el año 1982, cumplimos la edad para servir a nuestra querida patria,

Llegó el 28 de febrero, llegó ese anhelado día que habíamos soñado desde pequeños; llegó la hora de cumplir con el servicio militar.

Dejamos un vacío en nuestros hogares y lágrimas en los ojos a nuestras madres y hermanos; nos llevamos en el corazón el beso de nuestras novias con la promesa que regresaríamos; pues: “un año no es un siglo”, y partimos con la ilusión de vestir el “Verde Oliva”, aquel uniforme que llevaron nuestros héroes defendiendo en atroces conflictos la heredad territorial.

Llegamos miles de melenudos, gordos, flacos, enanos, gigantes, negros, cholos, blancos, mestizos, ricos, pobres, trabajadores, estudiantes, vagos, ladrones, pillos, cristianos, serranos, costeños, ricos, pobres, feos, engreídos, rebeldes, indios, mestizos y más; con una maleta de madera en los hombros, donde llevábamos a cuesta nuestra quimera y esperanza a la Junta de Calificación; y fue desde ahí de donde fuimos distribuidos a todo el Ecuador. Nosotros tuvimos la suerte de haber sido escogidos, (luego de un examen a la próstata, a los 18 años), para ser integrantes honorarios de por vida, del Batallón de Infantería N 2 IMBABUURA.

Cada vuelta que giraba la llanta del bus que nos trasladaba, nos alejaba más de nuestros seres queridos y nos acercaba a nuestro nuevo hogar; el rostro de cansancio nos cambió por emoción y seguramente un brillo en nuestros ojos al entrar al recinto militar. Era un atardecer, un cielo rojizo de invierno nos dio la bienvenida; nos formaron y nos entregaron “la vajilla” para merendar; muchos no habíamos desayunado, lánguidos escuchamos por primera vez la trompeta que nos invitaba a cenar; a algunos se les derramó la comida por ser la primera vez que manipulabamos ese tipo de utensilios y nos era complicado llevar la sopa, arroz, café y pan, al mismo tiempo. Ahí comenzó nuestra camaradería, hermandad, complicidad y espíritu de cuerpo: en el “compartir”.

Fuimos distribuidos en: Segunda y Tercera compañía; de ahí nos segmentaron en pelotones, en escuadras y por último nos asignaron un número; vimos con tristeza como caían nuestros cabellos; pero se pudo notar en todos, un brillo de alegría en nuestros ojos cuando nos entregaron el anhelado uniforme; aquel uniforme que fue utilizado por nuestros padres, hermanos, familiares y amigos; pero en ese momento, nosotros estábamos escribiendo nuestra propia historia.

El toque de Diana fue tormentoso, estábamos acostumbrados a dormir hasta tarde y levantarnos a las 05h00 era duro. Al formarnos al parte de las 06h00, altivos respondíamos cuando el oficial preguntaba; ¿Para qué vamos a trabajar en este día? Orgullos, mirándolo, inflábamos nuestros pulmones con aire y fuertemente gritábamos a viva voz: “Para fortalecer nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para reconquistar con las armas lo que la política y la diplomacia ha cedido”

Nunca olvidaremos la instrucción militar, en esas clases descubrimos a compañeros que tenían dos pies izquierdos; unos eran disléxicos y otros no podían cantar y marchar al mismo tiempo porque se tropezaban; las marchas, los primeros cantos, “a la guerra conscripto a vencer”, Adelita; las formaciones, las carreras a la pista, la soga comando y los obstáculos, la vuelta al llamingo, el aprendizaje de términos militares, las horas sociales; las columnas para el rancho, los guachazos, el famoso “haz pucho de Narváez” o el trípode colocarse; hasta el día que tuvimos el ascenso a “conscriptos”  

A la mayoría nos pusieron “apodos” y en la Segunda Compañía hoy evocamos con una mescla de cariño y nostalgia a: Pinina, morza, cara de matiné, el hediondo, oreja de paila, trompeta, cara de mentira, el hombre lobo, zapatito, metralleta, el aguado, el cieguito, cagadito, mamá lola, taburete, pulmón de zorro, músculo, lechuzón, Tres patines, Corazones, Cantinflas, Calandraca, Gogotero, la Ardilla, Sta. Rosa, tejena, pluto, ojon Bajaña, Ardilla, panadero, sabelotodo, Magoo, teniente Gómez, Barriguita de cierre, peliquin, culo de pato,  Grifo, Ramillete, huevito Cocada y más.

Y lo mismo sucedió en la Tercera compañía, recordamos a los compañeros con jocosas chapas como: Calilla, Vaca enferma, choquilla, ratón, piel de sapo, cabeza de tula, pecho de paloma, juanito el niño bobo, payaso, Superman, loco amor, lento Jara, soldado de plomo, calandraca, playita mía, santa rosa, choquilla, el pavo, cabeza de chupón, camilo sexto, pucho, la mosca, la culona, el hermanito, el abuelo, gallo Claudio, guapo ben, el murciélago, teniente Gómez, melloco, vaso enfermo y muchos apodos más de compañeros que se están quedando en el olvido.

Poco a poco fuimos conociendo al personal, a nuestro comandante “El ñato Villalva”, los oficiales el capitán Cárdenas, Mayor Patricio Jaramillo, teniente Guerrón, Gia, Gómez, Narváez, Recalde, Enríquez, subteniente Naranjo; sin olvidar a los despiadados “Clases de Reserva” quienes machetearon y moretearon sin compasión a planazos nuestras piernas, entre otros.

Conocimos hasta los últimos rincones del cuartel, el rastrillo, la central de transmisiones del sargento Moreano, la mecánica, la chanchera, el departamento médico, la villa de oficiales, el calamar, las canchas, el comisariato, la fuente del suicida, la prisión subterránea, el cine Imbabura, las garitas, vimos a las mascotas como el llamingo, la chiva sus 2 crías, y algunas graciosas gallinas de Guinea.

instruyeron a tender nuestras camas, lustrar las botas, y las hebillas, aprendimos a estar impecables; a entregar nuestra ropa para que sea lavada por la señora Blanca, Rosita, María, la Manaba, Marucha, la chucha de fierro, Carmita y más.

Los días se hacían eternos; esperábamos las ansiadas visitas que nos hacían nuestros familiares; era una fiesta ver el caluroso y fraternal abrazo que cada domingo recibíamos, nos sentábamos en el césped de la cancha, a muchos les llevaban comida hasta en ollas, la compartían con los “abandonados”. Pero también había tristeza y desolación en los “sin Bandera”, los que no teníamos visita; mirábamos desde lejos a los “afortunados”, esperando escuchar nuestro nombre al correrse la voz en todo el cuartel, que también teníamos visita.

Pero dicen que la venganza es dulce: los que habían recibido visitas era seguro que tenían nuevas provisiones: galletas, comida, dinero, implementos de limpieza y más; era indudable que las maletas de ellos amanecerían abiertas y desvalijadas.

Si no tenías visitas, buscabas a otro compañero abandonado para ir al “Calamar” a comer pan con cola, a jugar billa en el casino de tropa, o simplemente ver televisión; televisor culón, de los antiguos de 19 pulgadas que captaba con interferencia solo Canal 2 y 10; inaudito fue cuando lo robaron; cuando desapareció aquel televisor de 50 libras de peso, de este recinto militar.

La primera epidemia en común que tuvimos fue “El Pie de Atleta”, al usar las botas todo el día, desde las 05h00 hasta las 20h00 y en ocasiones con lluvia; nuestros pies no respiraban y comenzaron a podrirse; usábamos Fungirex color verde, para tratar de matar el hongo o envolvíamos los pies en papel periódico. Teníamos manchados de color verde los dedos de las manos y pies; la pestilencia en las cuadras era ¡insoportable!  

 

Tuvimos diferentes tareas encomendadas y fueron actividades que desarrollamos permanentemente y ellos fueron a la PM, a la Brigada en Machala, a la hacienda El Palmar, donde nació el mítico personaje: El Comando del Palmar”; los varios servicios: el villero, el peluquero, el sastre, el mecánico, perrero, el chanchero, los cocineros que cuando los castigaban por cocinar malo, los tequeban con los ollones industriales en el hombro,

Pero como alternativa de comunicación con nuestros seres queridos, esperábamos al “cartero”, quién nos alegraba al llamarnos a entregarnos la correspondencia; veíamos llorar a los más fuertes al recibir noticias, fotos, implementos y hasta dinero de nuestros familiares, novias y algunos, de sus esposas; el señor Contreras era nuestra conexión con el mundo exterior, era nuestro whatsaap.

Las “visitas de familiares disminuyeron drásticamente al salir por primera vez “franco”; tener el privilegio de salir franco era volver a ver nuestra vida anterior, a la que añorábamos; pero ya la veíamos desde otra perspectiva. Los recorridos en Santa Rosa, era casi obligado ir a la Central telefónica a llamar a nuestros padres a pedir dinero, (porque el “sueldo” que nos pagaban a través de Milton, venía con exagerados descuentos), íbamos al mercado a tomar batidos, no sé si íbamos por los batidos o por enamorar a la guapa “gordita”; ir a emborracharse a la Guaigua que quedaba diagonal a la Escuela Imbabura; el troncadero era un lugar obligado, más aún, cuando descubrimos que podíamos pagar a las “putas” con sábanas, colchas o ponchos de agua, hasta llegó un momento que las ellas tenían más sabanas que en el cuartel .

Sentimos nuestros pechos latir de emoción al recibir el Fusil por nuestros orgullosos padres, ellos se deben de haber sentido altivos al vernos con el camuflaje, como verdaderos soldados, como guardianes de la patria.

En el día el cuartelero vigilaba las pertenencias de la compañía; en las noches cuidamos el sueño de todos por turno como imaginarías, y hacíamos guardia en las diferentes “garitas” del cuartel; la más solicitada era la garita 3, pues en las noches había más transito que en la entrada principal, por ahí se iba a comprar o nos escapábamos para ir al troncadero.

Nos enseñaron que al fúsil había que cuidarlo como a nuestra madre, aprendimos su número, a desarmarlo y amarlo, a mantenerlo limpio y aceitado; en las revisiones, los que lo teníamos sucio recibíamos culatazos o cascasos en la cabeza; pero recuerdo también que a algunos lo dejaron abandonado y los castigaron.

Una de las anécdotas que no olvidaremos fue el día que nos tocó Izar la bandera en la ciudad fronteriza de Huaquillas; sé que nunca podemos olvidar aquel gris y lluvioso domingo; marchamos por las fangosas calles con el camuflaje y nuestras botas bien lustradas; la primera columna comenzó a separase cuando veían charcos de agua y lodo, (para no ensuciarse), y las filas que continuábamos atrás las seguíamos, todo fue un fatal caos, hasta que llegamos al puente Internacional; al otro lado se encontraban haciendo lo mismo los peruanos.

Formados, listos para cantar el Himno Nacional, el teniente Narváez y el subteniente Naranjo, quienes habían estado bebiendo la noche anterior, procedieron a izar nuestro Emblema Patrio, colocando la franja amarilla abajo y el color rojo arriba; los pobladores nos miraban; estábamos formados frente a ellos, con el fusil “presentado” frente a nosotros, nos mirábamos de reojo; cuando iban izando por la mitad, se dieron cuenta, la bajaron, corrigieron y volvieron a izarla correctamente.

Cuando regresamos al cuartel el oficial de guardia, teniente Alvarado recibió el parte y preguntó novedades al sub teniente de reserva Paredes quién le contó lo sucedido; sin pensarlo, Alvarado nos mandó a cambiarnos de uniforme y nos dio la tequiza más intensa que tuvimos las dos compañías juntas; con lluvia estuvimos agazapados mojados y sudados en las trincheras, que salía vapor de nuestros cuerpos.

Así también altivos desfilamos ante los habitantes y espectadores que nos aplaudían, un 9 de octubre en la ciudad de Machala, hicimos por primera y única ocasión el “paso de ganso”, ante las autoridades de la provincia El Oro.

1982 fue un año desastroso para el Ecuador, hubo el fenómeno del niño, el que destruyó todos los puentes de la carretera desde Naranjal hasta Machala, para venir a Guayaquil teníamos que hacer trasbordo; a algunos nos mandaron a hacer muros de contención en ríos desbordados con sacos de arena o sacar la empalizada de los puentes, en el río Santa Rosa, que estaba verdaderamente correntosos.

Cuando fuimos antiguos nos tocó ir a destacamentos, La Aguada, Cayancas, Punta Brava, La pitaya, que están ubicados en la zona desértica de la provincia de El Oro; este lugar con su flora y fauna, pudimos degustar de las tunas y hasta se pudo cazar venados.

Estuvimos en maniobras en el árido y desértico terreno marino cerca de la frontera, caminábamos entre puntudas espinas de cactus gigantes, los que se insertaban en nuestras piernas y a algunos les atravesaba las botas; avanzamos desde la “Licor B” hasta consolidar nuestro objetivo, la “Licor A”.

Así pasó un año de vivencias y anécdotas, hasta que nos tocó el último acto, “entregar las armas”; nos formaron en el patío y entregamos las prendas militares y con tristeza nos pusimos la colorida ropa civil; salimos como entramos; los buses tenían calentando sus motores para traernos a Guayaquil; cantamos la última canción “A la guerra conscripto a vencer”; en el trayecto veníamos con sentimientos encontrados, haciendo planes para nuestra nueva vida.

Al llegar al guayaquil, nos formaron y entregaron la Libreta Militar, contentos la doblamos, guardamos y cuidamos. Cantamos a todo pulmón el Himno Nacional, nos miramos y nos dimos un abrazo.

Las despedidas son tristes y unos fueron a la Marina, a la policía, a la FAE, al Ejército y otros a la vida civil; pero es importante destacar que, aunque hayan pasado más años en otras instituciones, el recuerdo del BI2 Imbabura lo llevan marcado en sus corazones; por eso están aquí Izurieta, Fajardo, Bone, Mendoza, Espinoza, Eras, Navarrete, Naranjo, entre otros.

En aquel 1982 vivimos un año, nos conocimos, compartimos, nos apoyamos, sufrimos, reímos y lloramos juntos, vivimos un año juntos como hermanos, un año que no volvió más, y sabemos que no volverá. Hoy estamos contactados 34 de 260 que estuvimos en el BI2; estamos compartiendo este momento de camaradería y hermandad, unidos sin importar la compañía; si miramos atrás, sabemos que en estos 40 años muchos no están en este mundo, otros tantos están viviendo en el exterior y otros tantos que debemos contactarlos.

Estamos aquí porque hemos querido darnos un abrazo, tomarnos una foto e inmortalizar este momento; brindemos por los caídos en la guerra del tiempo; por los desaparecidos y ausentes, por los que vendrán y por nosotros, por nosotros que permaneceremos unidos; esperando que estemos todos el próximo año.  ¡FELICES PRIMEROS 40 AÑOS DE ACUARTELAMENTO DE LA LEVA 1.963, PRIMERA LLAMADA, 2DA. Y 3ERA. COMPAÑÍA!

 

 

 



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