Yo estuve en el cielo

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Mientras explorábamos las tiendas, mi esposa y yo, acompañados de nuestra pequeña y caprichosa bebé, nos encontramos esperando en la acera a que el semáforo cambiara para poder cruzar la calle. Cuando finalmente avanzamos unos pasos, una anciana apurada chocó bruscamente con mi brazo. Rápidamente, noté que el conductor de un automóvil se aproximaba sin intenciones de detenerse, y estaba a punto de arrollar a la anciana. Actué instintivamente, corriendo y empujándola para apartarla del peligro. Sin embargo, mi esfuerzo no evitó que el vehículo, como un toro enardecido, me embistiera a mí en su lugar.

   

Desde aquel momento no recuerdo nada, Hoy puedo comprender que permanecí en estado de coma durante un mes y medio, pero en la verdadera realidad, fui más allá de la vida; mi alma se desprendió de mi cuerpo. Estuve en el umbral de la muerte desde el instante en que el automóvil me arrolló. Sin embargo, desde esa perspectiva trascendental, observé todo lo que sucedía desde lo alto. Vi a mi esposa, desesperada, acercarse con nuestra hijita hacia mi cuerpo inerte, y su grito desgarrador resonó, traspasando los confines del mar.

El tiempo se detuvo, como si quisiera rendir homenaje al desprendimiento y al ascenso de mi espíritu. La oscuridad me envolvió por completo, hasta que, de repente, al final de un túnel interminable y sombrío, surgió una luz potente y resplandeciente.


No experimenté ni dolor ni miedo en absoluto. Había escuchado relatos de personas que afirmaban haberse bajado de los brazos de la muerte, que habían vivido experiencias en este misterioso túnel y regresado para contarlo. Sin embargo, en ese momento, estaba viviendo mi propia experiencia; eso solo podía significar una cosa... ¡yo estaba muerto!

Mi nombre es Pablo Dávalos, y a la mitad de mi vida, a mis cincuenta años, tuve una experiencia que resulta profundamente inusual para los seres mortales. Explicar cómo llegué a este lugar extraño es un desafío abrumador en la actualidad.


Caminé con precaución hacía esa brillante y cautivante luz, no sé si era entrada o salida; no lograba ver el sendero por la espesura de las tinieblas del túnel, pero si conseguía escuchar el fuerte sonido del silencio. Era inexplicable: tan solo momentos atrás, me encontraba feliz en compañía de mis seres queridos, y ahora me hallaba solo, adentrándome en lo desconocido sin la menor idea de lo que el destino me deparaba.


Me encontraba en un estado de desorientación abrumadora. Cada vez que rememoro esos escalofriantes momentos de mi vivencia, experimento la misma sensación de estremecimiento. Hoy, evocarlos renueva mis temores y me hace erizar la piel al resurgir lo desconocido e intrigante. No sé qué tiempo habrá transcurrido; , y no tengo más opción que afirmar que, cuanto más me esforzaba por avanzar, más fuerte se tornaba el tirón de unas amarras, que como garras con puntas de garfio, aprisionaban mis pantorrillas. En el perturbador silencio del lugar, el sonido del arrastre de los eslabones de cadenas resonaba como una ominosa canción que se negaba a dejarme proseguir. 



El sol acariciaba mi rostro suavemente, sentí en sus caricias una sensación de ternura como las que me hacía mi madre. A lo lejos divisé un enjambre de colibríes que llegaban a rodearme, 


Mientras millones de mariposas Monarca se posaban a mi alrededor; me dio mucha tristeza y vergüenza; recordé que cuando era niño las atrapaba cruelmente solo para disecarlas poniéndolas en medio de gruesos y pesados libros, solo para olvidarlas en el tiempo. 

Me encontraba a los pies de una inmensa e imponente montaña; me propuse ascender la colina para divisar donde me encontraba y seguí una delgada y sinuosa senda.


Los abismos eran verdaderamente indescriptibles, las nubes bajaron y formaron un manto completamente blanco a mis pies; un aire primaveral con olor a deliciosas esencias me hizo recobrar el ánimo para subir hasta la cima de la montaña; mientras más ascendía logré divisar un enorme castillo que flotaba en las nubes y de ahí salía música, música y risas; todo era inconcebible para mí. 

 


 Se me acercó un joven, lo saludé de lejos y pregunté:

—¿Dónde estamos, cómo se llama este lugar?

Era fornido, su rostro me era familiar, estoy seguro que alguna vez habíamos interactuado, alguna vez lo mandé al carajo.


—¡Eres afortunado, estás en el cielo!, —me respondió contento.

Yo me impacté con esa respuesta.

—Pero, pero ¿cómo?, yo soy ateo; nunca he creído en Dios, si alguna vez creí fue porque mi padre me obligaba, pero después estudié y eso me pareció una triste fábula; solo un plan perverso de la iglesia para quitarle el dinero a los incautos. 

—Estás aquí porque tú has sido perdonado, porque diste tu vida por otra persona, —me respondió el joven contento, —y tus pecados fueron perdonados, —concluyó.

No sabía cómo reaccionar, no advertía si saltar de alegría, abrazarlo o tratar de volar de contento por esa revelación.


— ¿Y dónde está Dios?, fue lo primero que se me ocurrió preguntar, ya que había estado equivocado toda mi vida

—¡Soy yo!, ¿no me reconoces?, al terminar la pregunta escuche una delicada fanfarria celestial del coro de ángeles, mezclado con un sonido de canto de aves.

Esto era mucha información para mí, sentí múltiples e indescriptibles emociones, quería reír de alegría y deseaba llorar de emoción; había estado descarriado toda mi vida y ahora por exculpación mis pecados habían sido perdonados; ¡que afortunado soy al estar al lado del todo poderoso!


—En realidad no, no te reconozco, te imaginaba como la iglesia te identifica: viejo, pelo largo canoso con un bastón y túnica blanca,  —respondí; pero yo tenía miles de preguntas, sabía que teníamos todo el tiempo del mundo para interactuar.


—¿Dónde está Jesús?, —solo alzó la mano, hizo un ademán mágico y se acercó al instante otro joven delgado de unos 35 años; tampoco era el Jesús que Miguel Ángel pintó en el siglo XV: alto, rubio, pelo largo, con barbas, ojos azules y rostro europeo. 


Este era árabe feíto, moreno, pequeño de estatura, cabello ensortijado. tenía parecido a Osama Ben Laden cuando era joven. ¡Este si es el verdadero Jesús!

 

—¿Qué hay de nuevo viejo?, —me dijo divertido imitando a Busg Bunny; él sabía que prefería al conejo antes que a él. 

No recuerdo si llevábamos ropa, creo que no, o al menos yo no tendría porque la ropa mía no había muerto. Me acorde: 

—"Si estoy en el cielo quiero ver a mi madre”, —le pedí contentó mirando a los grandes ojos del todopoderoso.

—Lo siento, la señora Olga no está aquí, está en el infierno. —me respondió fríamente sin inmutarse.


Quedé impactado con esa respuesta, sentí helarse lo etéreo de mi nuevo cuerpo; mi madre era de aquellas señoras que sólo permanecían en la iglesia rezando, usaba como seis rosarios, y tenía imágenes de santos en todas partes. Desde que aprendió a usar la computadora se pasaba enviando mensajes e invitaciones sacras a todos los grupos y amigos.

—Ella mintió al morir, —me respondió Jesús.

—¡No puede ser, debe haber un error, —le grité angustiado, —yo estuve en el hospital con ella sus últimas horas!

—Por eso mismo; señalándome con su santo dedo, prosiguió: —te mintió; recuerdas que antes de morir le preguntaste:

—¿"te duele el estómago, madre"?, 

—“Y te respondió que no, ¿recuerdas?”, 

—“No mijo estoy bien, no me duele, no te preocupes mi amor”, 

—¡Te respondió con todavía más con una sonrisa!; sus tripas la hacían retorcer de dolor por la invasión del cáncer, el dolor era tan insoportable que los ángeles lloraban al verla así, pero no te quiso preocupar  —Las escrituras dicen: “No mentiras”.

 —Mirando intrigado el rostro de Dios, le pregunté por mi padre:

—Don Paquito tampoco está aquí.


Nuevamente sorprendido, siempre tuve problemas con él porque quería que yo asista a la iglesia, “el que no va a la iglesia no come”, —nos amenazaba a todos sus hijos; leía todo el día su libro negro, parecía musulmán; dejaba el 10% de su escaso sueldo en la iglesia, prefería no comer, no comprarnos ropa, pero él cumplía con su aporte del diezmo.

—¡Pero él te cantaba con su guitarra, aportaba y hasta enfermo iba a la iglesia, su anhelo era estar con ustedes!

—Él no cumplía un mandamiento: no guardaba el " domingo", día del Señor, él trabajaba y hacía sobretiempo, —me respondió.

—¡Pero éramos pobres, tenía nueve hijos!, —¡exclamé!

—-No cumplió la palabra, —me respondió abriendo sus santos brazos.

 


Apenado, alcé mi mirada y logré ver desde donde provenían música y risas alegres en una especie de isla a varios seres fallecidos; se encontraban jugando Hitler con Camargo; logré divisar al cura chileno pederasta, el que el papa Francisco lo defendió; mientras Pablo Escobar tomaba algo con Maradona, Fidel Castro y el Ché Guevara; al tiempo que Hugo Chávez cantaba alabanzas de amor a los semejantes con Pinochet y Sadam Huseim. 


—¿Y mi hermana Sarita?, era una niña al morir, tenía cinco años, tráela por favor, —le pedí emocionado. Vería a mi hermanita que cuando éramos niños jugábamos y al morir nos dejó un inmenso vacío.                              

—Lo siento, claramente dice en mi palabra en: Juan 3:5 —Respondió Jesús: "De cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Y todo esto se cumplirá”, —y ella no fue bautizada, me dijo.

—“¡Pero era una niña, no tenía idea de eso, ni decisión!”, -enojado grité.

—Quién está aquí que yo conozca?, resignado pregunté.

— Ahhhh, si, ¡claro!, —apuntándome otra vez con el dedo y con una sonrisa, hizo aparecer a mi tío Patricio.                                                                                                       


¡Casi se me doblan las piernas de terror, al verlo!

Mi tío, estaba parado ahí con su peculiar sonrisa, su fuerte e intimidante mirada, parecía que se había bañado, estaba más limpio de lo que lo recordaba,

—Señor, ¡pero él me violaba cuando yo era niño!, —exclamé; —la turba lo mató a golpes cuando se enteraron que era un criminal y violador serial, le expliqué.

 —Sí, sí, pero cuando lo estaban golpeando antes de morir se arrepintió, ¿no te alegras?, —me preguntó.

¡Tuve fuertes náuseas y ganas de vomitar!!

—“Así de grande es mi amor por el mundo”, —me dijo orgulloso".                          

Pedí el baño, mientras caminaba me preguntaba:

— “¿Eso es justicia divina”?

"Sé que escapando no se resuelven los problemas", así que evalué mi situación y hui. Salí por la claraboya del baño, corrí por aquel sinuoso sendero de profundos abismos, entré al largo túnel oscuro y tenebroso; de repente una intensa brillante y cegadora luz, encandelilló mis ojos; los abrí; todo era borroso y desenfocado, escuché murmullos y a un médico decir: — “Al fin regresó, bienvenido a casa”.

Hoy, después de haber regresado de aquel momento, camino y siento un vacío sin que me falté nada, escuchó el rechinar de aquellas cadenas que me detenían en las sombras de la oscuridad, conservo esos recuerdos que no quiero vivirlos en el futuro   

 Prohibida su difusión y reproducción sin autorización de su autor: Pablo Dávalos.

SENADI, Derechos de Autor:  Ec- 7840 89

Contacto: Pablo Dávalos – Cell:   593 999 534 908

Guayaquil – Ecuador 2021



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