Yo estuve en el cielo
El tiempo se detuvo, como si quisiera rendir homenaje al desprendimiento y al ascenso de mi espíritu. La oscuridad me envolvió por completo, hasta que, de repente, al final de un túnel interminable y sombrío, surgió una luz potente y resplandeciente.
No experimenté ni dolor ni miedo en absoluto.
Había escuchado relatos de personas que afirmaban haberse bajado de los brazos
de la muerte, que habían vivido experiencias en este misterioso túnel y
regresado para contarlo. Sin embargo, en ese momento, estaba viviendo mi propia
experiencia; eso solo podía significar una cosa... ¡yo estaba muerto!
Mi nombre es Pablo Dávalos, y a la mitad de mi
vida, a mis cincuenta años, tuve una experiencia que resulta profundamente
inusual para los seres mortales. Explicar cómo llegué a este lugar extraño es
un desafío abrumador en la actualidad.
Caminé con precaución hacía esa brillante y
cautivante luz, no sé si era entrada o salida; no lograba ver el sendero por la
espesura de las tinieblas del túnel, pero si conseguía escuchar el fuerte
sonido del silencio. Era inexplicable: tan solo momentos atrás, me encontraba
feliz en compañía de mis seres queridos, y ahora me hallaba solo, adentrándome
en lo desconocido sin la menor idea de lo que el destino me deparaba.
Me encontraba en un estado de desorientación
abrumadora. Cada vez que rememoro esos escalofriantes momentos de mi vivencia, experimento
la misma sensación de estremecimiento. Hoy, evocarlos renueva mis temores y me
hace erizar la piel al resurgir lo desconocido e intrigante. No sé qué tiempo
habrá transcurrido; , y no tengo más opción que afirmar que, cuanto más me
esforzaba por avanzar, más fuerte se tornaba el tirón de unas amarras, que como
garras con puntas de garfio, aprisionaban mis pantorrillas. En el perturbador
silencio del lugar, el sonido del arrastre de los eslabones de cadenas resonaba
como una ominosa canción que se negaba a dejarme proseguir.
Al llegar al término del túnel, emergí en un hermoso prado, miré a mi alrededor, pero, no había señal de presencia humana. El sol, la luna, el arco iris, los planetas y las estrellas se inclinaban ante mí, extendidos a mis pies en un acto de reverencia celestial. No solo los veía, sino que podía escuchar sus cánticos de bienvenida; sin embargo, la soledad no me abrumaba, pues me pregunté si acaso yo era el redimido. Extrañamente, me sentí honrado por esta consideración. Caminé hasta el borde de un abismo insondable y me recosté allí, contemplando los confines misteriosos del mundo. A partir de ese momento, experimenté una profunda serenidad, sintiéndome protegido y, de alguna manera, en mi hogar verdadero.
El sol acariciaba mi rostro suavemente, sentí en sus caricias una sensación de ternura como las que me hacía mi madre. A lo lejos divisé un enjambre de colibríes que llegaban a rodearme,
Mientras millones de mariposas
Monarca se posaban a mi alrededor; me dio mucha tristeza y vergüenza; recordé que
cuando era niño las atrapaba cruelmente solo para disecarlas poniéndolas en
medio de gruesos y pesados libros, solo para olvidarlas en el tiempo.
Me encontraba a los pies de una inmensa e
imponente montaña; me propuse ascender la colina para divisar donde me
encontraba y seguí una delgada y sinuosa senda.
Los abismos eran verdaderamente indescriptibles, las nubes bajaron y formaron un manto completamente blanco a mis pies; un aire primaveral con olor a deliciosas esencias me hizo recobrar el ánimo para subir hasta la cima de la montaña; mientras más ascendía logré divisar un enorme castillo que flotaba en las nubes y de ahí salía música, música y risas; todo era inconcebible para mí.
Se me acercó un joven, lo saludé de lejos
y pregunté:
—¿Dónde estamos, cómo se llama este lugar?
Era fornido, su rostro me era familiar,
estoy seguro que alguna vez habíamos interactuado, alguna vez lo mandé al
carajo.
—¡Eres afortunado, estás en el
cielo!, —me respondió contento.
Yo me impacté con esa respuesta.
—Pero, pero ¿cómo?, yo soy ateo; nunca he
creído en Dios, si alguna vez creí fue porque mi padre me obligaba, pero
después estudié y eso me pareció una triste fábula; solo un plan perverso de la
iglesia para quitarle el dinero a los incautos.
—Estás aquí porque tú has sido perdonado,
porque diste tu vida por otra persona, —me respondió el joven
contento, —y tus pecados fueron perdonados, —concluyó.
No sabía cómo reaccionar, no advertía si
saltar de alegría, abrazarlo o tratar de volar de contento por esa
revelación.
— ¿Y dónde está Dios?, fue lo primero
que se me ocurrió preguntar, ya que había estado equivocado toda mi vida
—¡Soy yo!, ¿no me reconoces?, al terminar
la pregunta escuche una delicada fanfarria celestial del coro de ángeles,
mezclado con un sonido de canto de aves.
Esto era mucha información para mí, sentí
múltiples e indescriptibles emociones, quería reír de alegría y deseaba llorar
de emoción; había estado descarriado toda mi vida y ahora por exculpación mis
pecados habían sido perdonados; ¡que afortunado soy al estar al lado del todo
poderoso!
—En realidad no, no te reconozco, te imaginaba como la iglesia te
identifica: viejo, pelo largo canoso con un bastón y túnica
blanca, —respondí; pero yo tenía miles de preguntas, sabía que
teníamos todo el tiempo del mundo para interactuar.
—¿Dónde está Jesús?, —solo alzó la mano, hizo un ademán mágico y se acercó al instante otro joven delgado de unos 35 años; tampoco era el Jesús que Miguel Ángel pintó en el siglo XV: alto, rubio, pelo largo, con barbas, ojos azules y rostro europeo.
Este era árabe feíto, moreno, pequeño de estatura, cabello ensortijado. tenía parecido a Osama Ben Laden cuando era joven. ¡Este si es el verdadero Jesús!
—¿Qué hay de nuevo viejo?, —me dijo
divertido imitando a Busg Bunny; él sabía que prefería al conejo antes que a
él.
No recuerdo si llevábamos ropa, creo que
no, o al menos yo no tendría porque la ropa mía no había muerto. Me
acorde:
—"Si estoy en el cielo quiero
ver a mi madre”, —le pedí contentó mirando a los grandes ojos
del todopoderoso.
—Lo siento, la señora Olga no está aquí,
está en el infierno. —me respondió fríamente sin inmutarse.
Quedé impactado con esa respuesta, sentí helarse lo etéreo de mi nuevo cuerpo; mi madre era de aquellas señoras que sólo permanecían en la iglesia rezando, usaba como seis rosarios, y tenía imágenes de santos en todas partes. Desde que aprendió a usar la computadora se pasaba enviando mensajes e invitaciones sacras a todos los grupos y amigos.
—Ella mintió al morir, —me respondió
Jesús.
—¡No puede ser, debe haber un error, —le
grité angustiado, —yo estuve en el hospital con ella sus últimas horas!
—Por eso mismo; señalándome con su santo
dedo, prosiguió: —te mintió; recuerdas que antes de morir le preguntaste:
—¿"te duele el estómago,
madre"?,
—“Y te respondió que no,
¿recuerdas?”,
—“No mijo estoy bien, no me duele, no te
preocupes mi amor”,
—¡Te respondió con todavía más con una
sonrisa!; sus tripas la hacían retorcer de dolor por la invasión del cáncer, el
dolor era tan insoportable que los ángeles lloraban al verla así, pero no te
quiso preocupar —Las escrituras dicen: “No mentiras”.
—Mirando intrigado el rostro de
Dios, le pregunté por mi padre:
—Don Paquito tampoco está aquí.
Nuevamente sorprendido, siempre tuve problemas con él porque quería que yo asista a la iglesia, “el que no va a la iglesia no come”, —nos amenazaba a todos sus hijos; leía todo el día su libro negro, parecía musulmán; dejaba el 10% de su escaso sueldo en la iglesia, prefería no comer, no comprarnos ropa, pero él cumplía con su aporte del diezmo.
—¡Pero él te cantaba con su guitarra, aportaba y hasta enfermo iba a la iglesia, su anhelo era estar con ustedes!
—Él no cumplía un mandamiento: no guardaba
el " domingo", día del Señor, él trabajaba y hacía
sobretiempo, —me respondió.
—¡Pero éramos pobres, tenía nueve
hijos!, —¡exclamé!
—-No cumplió la palabra, —me respondió
abriendo sus santos brazos.
Apenado, alcé mi mirada y logré ver desde donde provenían música y risas alegres en una especie de isla a varios seres fallecidos; se encontraban jugando Hitler con Camargo; logré divisar al cura chileno pederasta, el que el papa Francisco lo defendió; mientras Pablo Escobar tomaba algo con Maradona, Fidel Castro y el Ché Guevara; al tiempo que Hugo Chávez cantaba alabanzas de amor a los semejantes con Pinochet y Sadam Huseim.
—¿Y mi hermana Sarita?, era una niña al
morir, tenía cinco años, tráela por favor, —le pedí emocionado. Vería
a mi hermanita que cuando éramos niños jugábamos y al morir nos dejó un inmenso
vacío.
—Lo siento, claramente dice en mi palabra
en: Juan 3:5 —Respondió Jesús: "De cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Y todo
esto se cumplirá”, —y ella no fue bautizada, me dijo.
—“¡Pero era una niña, no tenía idea de
eso, ni decisión!”, -enojado grité.
—Quién está aquí que yo conozca?,
resignado pregunté.
— Ahhhh, si, ¡claro!, —apuntándome otra vez con el dedo y con una sonrisa, hizo aparecer a mi tío Patricio.
¡Casi se me
doblan las piernas de terror, al verlo!
Mi tío,
estaba parado ahí con su peculiar sonrisa, su fuerte e intimidante mirada,
parecía que se había bañado, estaba más limpio de lo que lo recordaba,
—Señor, ¡pero él me violaba cuando yo era
niño!, —exclamé; —la turba lo mató a golpes cuando se enteraron que
era un criminal y violador serial, le expliqué.
—Sí, sí, pero cuando lo
estaban golpeando antes de morir se arrepintió, ¿no te alegras?, —me
preguntó.
¡Tuve fuertes náuseas y ganas de vomitar!!
—“Así de grande es mi amor por el mundo”, —me
dijo orgulloso".
Pedí el baño, mientras caminaba me preguntaba:
— “¿Eso es justicia divina”?
SENADI,
Derechos de Autor: Ec- 7840 89
Contacto:
Pablo Dávalos – Cell: 593 999 534 908
Guayaquil
– Ecuador 2021
Jajajajajajaja. muy buena amigo
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