Una mujer exquisita
Recuerdo aquella noche. La luna llena cubría toda la ciudad mientras recorría sin rumbo las calles. Era una de esas noches con un toque mágico, especialmente cuando te sientes solo. El viento helado rodeaba mi cuerpo cada vez que aceleraba la moto. Desde niño conocía muy bien este vecindario, sé que es muy peligroso. Aquí venden droga, sexo y mercancías robadas.
A cierta distancia, vi la luz verde del semáforo brillando como una esmeralda encantada. Aceleré lo que pude para atravesar la calle, pero, como si el tiempo se burlara de mis esfuerzos, cambió tan rápido que tuve que detenerme. Recuerdo que eran las 20:00, la hora en que el día y la noche sellan su pacto secreto. En la parada de buses, estaba ella. La reconocí por sus botas largas de cuero negro. Subí un poco la mirada y, al ver sus pálidos muslos, supe que era ella.
Sentí mi corazón palpitar impetuosamente al divisarla toda, si, …toda, era como si el universo se hubiera detenido en ese instante. Su short apretado y ese corpiño rojo eran tan pronunciados que parecía que la misma luna quería revelarme sus secretos a través de la abertura de sus grandes senos. El color rojo de sus sensuales labios eclipsaba el negro azabache de sus ojos, convirtiéndolos en pozos infinitos de misterios.
Su inconfundible cabello largo, tinturado de un dorado celestial, irradiaba una luz propia que competía con los rayos de la luna. El viento, cómplice de la magia nocturna, lo hacía ondular como una ola en el mar, cada hebra se transformaba en destellos dorados que resaltaban su belleza.
Supe que cambiaba la luz del semáforo al ver cómo se fundían y combinaban cientos de colores en su cuerpo, como si la fantasía se reflejara en ella. Su sonrisa y su alegría al reconocerme me hizo sentir calor. Se acercó lentamente, y vi cómo su delgado cuerpo se movía, cautivándome a cada paso. Ella sabía que me rendiría nuevamente a sus pies; esa mujer me había hechizado anteriormente con su embriagante dosis de amor.
Los sonidos de sus tacones al caminar se confundían con los latidos nerviosos de mi corazón y el ruido del motor de la moto, creando una melodía única que se escuchaba en todo el barrio. Al recordarla hoy, mirando la misma luna que fue nuestra cómplice, siento nuevamente el embrujo que me hizo vivir esa noche.
—Siempre he esperado por ti, me has hecho mucha falta, —me dio sonriendo.
—¿Qué haces aquí, ¿A dónde vas?, — pregunté.
El sonido del pito de un elegante auto, llamándola, nos interrumpió. Alguien abrió la puerta y descendió de un vehículo. Ella le apuntó con su delgado dedo, adornado con largas uñas pintadas de esmalte rojo y puntos brillantes, y le gritó:
—¡Diles que suspendan la grabación! Inventa una excusa, explícales que me sentí mal o algo así. Después nos pondremos de acuerdo, tal vez grabemos la próxima semana.
Vi a su productor subir al carro, muy enfadado. Lo supe porque, al verlo por el retrovisor, cerró la puerta con tanta fuerza que se escuchó como un trueno en la quietud de la noche.
—Me pidieron que me peine y maquille en el estudio de la esquina, e íbamos a grabar una entrevista por el lanzamiento de mi nuevo disco —me explicó, con una mezcla de desdén y alivio en su voz.
La escena parecía sacada de un sueño, donde cada detalle brillaba con una intensidad irreal. Los puntos brillantes en sus uñas resplandecían como diminutas estrellas, mientras la luna llena, nuestra eterna cómplice, nos observaba desde arriba, sentí que el hechizo de esa noche se renovaba una vez más, envolviéndonos en su manto encantado.
Al arrancar el carro frente a nosotros, vi al productor. Me reconoció, lo supe al contemplar la expresión de su gordo rostro; sus ojos se abrieron como platos y en ellos advertí un brillo de odio y envidia. La brillante luna se reflejaba en sus ojos al pasar frente a mí, velozmente, como un destello de advertencia.
Con mi típica expresión, abriendo los dos brazos, pregunté:
—¿Y ahora, ¿qué hacemos?
—La noche es nuestra. Tú eres mío y yo soy toda tuya —me dijo, sonriendo con ese gesto de niña inocente que cautivaba a los hombres y enfurecía a las mujeres—. Pero primero, llévame a cambiar de ropa.
Contenta, se subió a la motocicleta y me abrazó como antes lo hacía. Un déjà vu mezclado con lujuria llegó a mi mente y recorrió mi cuerpo cuando sentí su rostro posarse suavemente en mi espalda, como una evocación del pasado que volvía a la vida. Hicimos el recorrido sin cruzar palabras, dejando que el viento y la luna fueran nuestros únicos testigos y cómplices.
Hoy evoco esos recuerdos al contemplar el reflejo de la luna que atraviesa mi ventana, igual que aquella noche. Miro las 13, o quizás 14, botellas de cerveza esparcidas en el piso; los recuerdos me inquietan y me obligan a hablar conmigo mismo sobre ella. Pero me faltan palabras, porque su recuerdo a veces se desvanece y solo regresa para atormentarme al percibir su perfume, que proviene del departamento de la chica que vive al lado. Escucho su voz en cada momento, en la televisión, en la vieja radio o donde vaya. A veces, siento su aliento cerca de mí; pero ella no está.
La esperé fumando y tomando una Coca Cola mientras fue a cambiar de ropa. Bajó con un jean apretado, un blazer blanco y sus infaltables botas altas. Me dijo:
—Inesperadamente hoy me puse linda para este encuentro, para ti.
No sabía qué responder; quedé pasmado.
—Me halagas —le confesé.
Ella nunca tomaba, pero esa noche estaba feliz. Me invitó:
—Quiero tomar vino esta noche contigo.
Compramos una botella de vino. Quise pagar, pero se opuso.
—No, esta noche pago yo, pago toda, toda, toda. —me lo dijo cantando, seduciéndome.
Cruzamos la ciudad de norte a sur para comprar el "chaufatallarín" en el Chifa que le gustaba, y luego fuimos a mi departamento.
¿Qué pasó allí? Creo que hoy me faltarán palabras para explicar y "prefiero decir que no me acuerdo": solo puedo decirles que sus ojos negros, almendrados, brillantes, resaltaban en la oscuridad de mi dormitorio; que su perfume, mezcla de frutas y flores, quedó impregnado en mis sábanas. Al amanecer, se llevó mis viejas zapatillas y me dejó sus largas botas de cuero negro; las que, a pesar de haber pasado el tiempo, aún conservo.
Esa fue la última noche que la vi con vida. Hoy solo quedan los recuerdos que habitarán en mi corazón por siempre. Aún, después que ha pasado mucho tiempo, extrañó su olor, su sabor, su aliento, la suavidad de su piel; pues al saber de su partida, me quedó el alma destrozada.
Yo permanezco cumpliendo mi promesa: nunca mencionaré su nombre. Solo diré que era una mujer exquisita.
Prohibida su difusión y reproducción sin autorización de su autor: Pablo Dávalos.
SENADI, Derechos de Autor: Ec- 7840 89
Contacto: Pablo Dávalos – Cell: 593 999 534 908
Guayaquil – Ecuador 2021
Vivimos en un mundo tan materialista, y para rematar sumamente ignorante q difícilmente vamos aprender o a entender la diferencia entre lo Espiritual y lo material, si muchos se expresan con oraciones es para un Dios invisible q no vemos pero sentimos, y la vida no sigue igual el mundo si está cambiando hasta por ley natural la materia no permanece si no q se transforma, más aún en lo espiritual Dios también sigue transformando a muchos materialistas en espirituales y preparándolos para la segunda venida de su hijo Jesús, sólo q el no quiere nada a la fuerza si no por voluntad!!
ResponderEliminarLa mayoria de nosotros tenemos un amor, el cual nos hace revolucionar los sentidos, y al mismo tiempo desacelerar el momento. Pero todo un placer parkearse en su destino,totalemente identificado.buena lectura
ResponderEliminar